Por Esther De la Cruz Castillejo (Tomado de Periodico26.cu)
A Julia Griffin la llaman Tuto, en Manatí y más allá, desde que tiene memoria. El andar de la vida le enseñó que el término significa agua en la religión yoruba y es la que aplaca, abre los caminos, da fuerza...
Creció en el barrio Jamaica, popularmente conocido como Machete, un lugar de casitas pegadas, bien bajitas al entrar, pero altas cuando por fin traspasabas el umbral y descubrías sus pisos de madera y el ambiente de eterna fiesta.
Se recuerda allí, correteando alrededor de sus padrinos jamaiquinos, Teresa y Tontón; husmeando entre sus abuelos llegados a estas tierras, como tantos otros, por obra y gracia de la Sugar Company. Aplatanados en ingenios y forjando una cultura singular que bañó de azúcar al congrí con coco y ayudó a conformar el sabroso ajiaco cultural que somos.
Ahora, cuando ya la vuelta de la vida pasa la media rueda, esta mujer sorprende con sus ganas de hacer y el revolico que provoca su paso por las esquinas tranquilas del pretérito batey del central.
Es instructora de arte, licenciada en Danza. Trabaja en la casa de cultura de Manatí desde 1986. Resulta, además, la presidenta provincial del danzón y pertenece al ejecutivo en Cuba que apuesta por el aprecio de nuestro baile nacional.
Su casa, en la calle Orlando Canals, número 63, es una suerte de cuartel general de operaciones. Y lo mismo te encuentras a un grupo de adolescentes ensayando una coreografía, que te deslumbra la niña pequeña practicando las primeras cadencias de un danzonete.
"Yo tengo una metodología para la enseñanza del baile a las niñas y los niños a partir de los 3 años. Les digo: delante, junticos; atrás, junticos; al lado, junticos; al otro, junticos; se los llevo al compás y después lo hacemos bailando y así. Me da resultados.
"Con esa iniciativa se aprende a bailar ritmos diversos. Los efectos están en Las Tunas y también en otras partes del país como Manzanillo, además de los círculos de abuelos del danzón en todo el país", me dice radiante.
Y mientras lo hace, no para de contar. Porque la Tuto habla con las manos, la mirada y hasta, con sus escasos silencios. Mientras, voy conociendo de sus sueños. Algunos, muy bien logrados, como Destello Juvenil, iniciativas para bailar el vals de los 15 años a las muchachitas que no pueden costear una fiesta lujosa y se le acercan, ilusionadas.
"Me ayuda mucho en este proyecto Rafael Rivero. Él decora la casa de cultura y yo me encargo de montar el vals. Hemos hecho bailes muy bonitos y hasta colaboramos con los trabajadores sociales porque en el eterno vagar por las comunidades encontramos casos que necesitan atención diferenciada. Nos hemos vuelto aliados en el trabajo".
No obstante, es el Proyecto Del Caribe Soy, a Manatí, Vengo, surgido a la vera de la fundación Nicolás Guillén para rescatar las tradiciones anglocaribeñas y francohaitianas, su más ambiciosa creación.
"Mi mamá siempre me dijo: Tú eres descendiente, saca tu cultura; y tal vez debí hacerle caso desde que me gradué. Sin embargo, fue en el año 2010, cuando regresé de la misión en Venezuela, justo el 10 de julio, la fecha de mi cumpleaños, que comencé a cocinar el caldo.
"Un objetivo del proyecto era lograr una compañía que revitalizara todos esos bailes, peinados y costumbres de nuestros antecesores. Lo logramos. Las niñas hacen trenzas, nos reunimos con los que nos quedan de Saint Kitts y Nevis, Barbados, Santa Lucía y Jamaica. Aprendemos.
"Les enseñamos inglés a los más chiquitos. Trabajamos con los discapacitados. Igual hablamos temas de prevención de salud sobre afecciones graves como el Sida, el zika, la droga, el dengue, la diabetes mellitus...
"Defendemos la práctica del fútbol que tiene mucho arraigo en Manatí y también queremos que se retome la del críquet, que acá siempre tuvo fuerza. Los talleres se dan todavía en medio de la calle; pero quiero convertir el patio de mi casa en la sede permanente porque cuando hay actividades en las tardes que requieren espacio tenemos que estar parados en las cuatro esquinas para que no pasen los carros por ahí".
Me aseguran sus coterráneos que a la Tuto no se le escapa nada. Está pendiente del muchacho que sale mal en la escuela, de los días de las casas de estudio y muchos, ya mayores, llegan hasta ella, se reclinan con nostalgia y le hablan bajito de sus recelos más íntimos.
No quiere lamentos el día que le toque morir: "No lloren, bailen todos. Hagan, si quieren, hasta una gala frente a la funeraria".
Le pregunto, ¿y el danzón?, ¿qué nos falta para que vibre en las esquinas de toda Cuba?
"Las personas dicen ahora que debe ser el casino nuestro baile nacional; no, es el danzón, que es cadencioso y tiene una historia mambisa. Porque cuando Miguel Faílde hizo sus primeras actuaciones, él y sus amigos reunieron el dinero para comprar armas y enviarlas a los que estaban luchando en la Guerra del 95.
"Tenemos que empezar a trabajar con los niños. En Manatí baila danzón todo el mundo. Y a los jóvenes hay que darles un tratamiento mejor.
"Yo abogo porque el Festival Barbarito Diez se haga músico-danzario; es solo musical. Nosotros mandamos parejas a Camagüey, al Festival Cuba Danzón, a otros lugares y tenemos premios nacionales en estos eventos. Lo bailamos bien.
"¿Qué pasa?, que el 'Barbarito Diez' no puede ser conformado por apenas tres galas, tiene que ser integrado por bailarines de danzón, invitar de otras partes y abrir, expandirnos a Cuba. Hay que dar más divulgación. Estamos trabajando fuerte, pero no se ve".
A Julia Griffin la llaman Tuto, en Manatí y más allá, desde que tiene memoria. El andar de la vida le enseñó que el término significa agua en la religión yoruba y es la que aplaca, abre los caminos, da fuerza...
Creció en el barrio Jamaica, popularmente conocido como Machete, un lugar de casitas pegadas, bien bajitas al entrar, pero altas cuando por fin traspasabas el umbral y descubrías sus pisos de madera y el ambiente de eterna fiesta.
Se recuerda allí, correteando alrededor de sus padrinos jamaiquinos, Teresa y Tontón; husmeando entre sus abuelos llegados a estas tierras, como tantos otros, por obra y gracia de la Sugar Company. Aplatanados en ingenios y forjando una cultura singular que bañó de azúcar al congrí con coco y ayudó a conformar el sabroso ajiaco cultural que somos.
Ahora, cuando ya la vuelta de la vida pasa la media rueda, esta mujer sorprende con sus ganas de hacer y el revolico que provoca su paso por las esquinas tranquilas del pretérito batey del central.
Es instructora de arte, licenciada en Danza. Trabaja en la casa de cultura de Manatí desde 1986. Resulta, además, la presidenta provincial del danzón y pertenece al ejecutivo en Cuba que apuesta por el aprecio de nuestro baile nacional.
Su casa, en la calle Orlando Canals, número 63, es una suerte de cuartel general de operaciones. Y lo mismo te encuentras a un grupo de adolescentes ensayando una coreografía, que te deslumbra la niña pequeña practicando las primeras cadencias de un danzonete.
"Yo tengo una metodología para la enseñanza del baile a las niñas y los niños a partir de los 3 años. Les digo: delante, junticos; atrás, junticos; al lado, junticos; al otro, junticos; se los llevo al compás y después lo hacemos bailando y así. Me da resultados.
"Con esa iniciativa se aprende a bailar ritmos diversos. Los efectos están en Las Tunas y también en otras partes del país como Manzanillo, además de los círculos de abuelos del danzón en todo el país", me dice radiante.
Y mientras lo hace, no para de contar. Porque la Tuto habla con las manos, la mirada y hasta, con sus escasos silencios. Mientras, voy conociendo de sus sueños. Algunos, muy bien logrados, como Destello Juvenil, iniciativas para bailar el vals de los 15 años a las muchachitas que no pueden costear una fiesta lujosa y se le acercan, ilusionadas.
"Me ayuda mucho en este proyecto Rafael Rivero. Él decora la casa de cultura y yo me encargo de montar el vals. Hemos hecho bailes muy bonitos y hasta colaboramos con los trabajadores sociales porque en el eterno vagar por las comunidades encontramos casos que necesitan atención diferenciada. Nos hemos vuelto aliados en el trabajo".
No obstante, es el Proyecto Del Caribe Soy, a Manatí, Vengo, surgido a la vera de la fundación Nicolás Guillén para rescatar las tradiciones anglocaribeñas y francohaitianas, su más ambiciosa creación.
"Mi mamá siempre me dijo: Tú eres descendiente, saca tu cultura; y tal vez debí hacerle caso desde que me gradué. Sin embargo, fue en el año 2010, cuando regresé de la misión en Venezuela, justo el 10 de julio, la fecha de mi cumpleaños, que comencé a cocinar el caldo.
"Un objetivo del proyecto era lograr una compañía que revitalizara todos esos bailes, peinados y costumbres de nuestros antecesores. Lo logramos. Las niñas hacen trenzas, nos reunimos con los que nos quedan de Saint Kitts y Nevis, Barbados, Santa Lucía y Jamaica. Aprendemos.
"Les enseñamos inglés a los más chiquitos. Trabajamos con los discapacitados. Igual hablamos temas de prevención de salud sobre afecciones graves como el Sida, el zika, la droga, el dengue, la diabetes mellitus...
"Defendemos la práctica del fútbol que tiene mucho arraigo en Manatí y también queremos que se retome la del críquet, que acá siempre tuvo fuerza. Los talleres se dan todavía en medio de la calle; pero quiero convertir el patio de mi casa en la sede permanente porque cuando hay actividades en las tardes que requieren espacio tenemos que estar parados en las cuatro esquinas para que no pasen los carros por ahí".
Me aseguran sus coterráneos que a la Tuto no se le escapa nada. Está pendiente del muchacho que sale mal en la escuela, de los días de las casas de estudio y muchos, ya mayores, llegan hasta ella, se reclinan con nostalgia y le hablan bajito de sus recelos más íntimos.
No quiere lamentos el día que le toque morir: "No lloren, bailen todos. Hagan, si quieren, hasta una gala frente a la funeraria".
Le pregunto, ¿y el danzón?, ¿qué nos falta para que vibre en las esquinas de toda Cuba?
"Las personas dicen ahora que debe ser el casino nuestro baile nacional; no, es el danzón, que es cadencioso y tiene una historia mambisa. Porque cuando Miguel Faílde hizo sus primeras actuaciones, él y sus amigos reunieron el dinero para comprar armas y enviarlas a los que estaban luchando en la Guerra del 95.
"Tenemos que empezar a trabajar con los niños. En Manatí baila danzón todo el mundo. Y a los jóvenes hay que darles un tratamiento mejor.
"Yo abogo porque el Festival Barbarito Diez se haga músico-danzario; es solo musical. Nosotros mandamos parejas a Camagüey, al Festival Cuba Danzón, a otros lugares y tenemos premios nacionales en estos eventos. Lo bailamos bien.
"¿Qué pasa?, que el 'Barbarito Diez' no puede ser conformado por apenas tres galas, tiene que ser integrado por bailarines de danzón, invitar de otras partes y abrir, expandirnos a Cuba. Hay que dar más divulgación. Estamos trabajando fuerte, pero no se ve".
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